La semana pasada, diputadas del grupo parlamentario de ARENA introdujeron una propuesta para reformar la Ley de Partidos Políticos, a fin de “crear mecanismos que promuevan mayor participación política de las mujeres”.
A manera de resumen, según explica el proyecto de ley presentado a la Asamblea Legislativa, las parlamentarias buscan «que las planillas de las candidaturas cuenten con el criterio de alternancia de género». Esto para dar mayor cumplimiento a la cuota establecida en la Ley de Partidos Políticos, la cual reserva para las mujeres al menos un 30% de participación en las planillas para la elección de diputados a la Asamblea Legislativa, Parlamento Centroamericano y Concejos Municipales.
Si bien la reforma no aparenta ser más que un cambio estético en las planillas electorales, la verdad es que su espíritu abona a los peligrosos postulados socialistas de igualitarismo y de lucha de clases, ahora representados en el feminismo y la democracia a través del sistema de cuotas o «generocracia», como propiamente debería ser llamado.
De lo anterior es lógico suponer que dicho sistema es, por defecto, inmoral, visto que en sus genes porta el virus del totalitarismo, la envidia y el resentimiento.
Sin duda, al realizar un análisis un poco más profundo sobre el sistema de cuotas, es evidente que lo que pretende es socavar con la libertad de decisión de los electores, imponiendo sobre ellos un resultado predeterminado. Como cualquier otra idea totalitaria, se resiste a permitir a que las personas tomen sus propias decisiones, obligándolas a aceptar lo que “más les conviene”. En este caso, a una mujer como representante político.
Para tales efectos, anhela, además, en acabar con la igualdad ante la ley, utilizando la envidia para reajustar la posición electoral de la mujer frente a la del hombre, bajo la falsa ilusión de que será capaz de eliminar las barreras naturales que separan a ambos sexos y a los candidatos en general en el mercado político.
Como es de esperarse, esto último provoca resentimiento entre ambos grupos, particularmente por parte de los hombres hacia las mujeres, porque tal como sucede con el socialismo en la esfera económica, el sistema de cuotas promueve la injusticia, con la única diferencia que en vez de repartir dinero a quien no se lo merece, reparte escaños a quien no se los ha ganado.
En efecto, los hombres que se sienten engañados por el sistema correctamente desarrollan rencor hacia las mujeres, particularmente hacia aquellas que a su juicio no están capacitadas para las labores que exige el puesto que les fue regalado por ley.
Para finalizar, se hace necesario precisar que una mujer que confía en sus capacidades y que reconoce su valor en la sociedad, no solicita al Estado cuotas ni leyes especiales para salir adelante. Al contrario, las condena rotundamente porque sabe que sin ellas puede alcanzar sus metas e incluso superarlas. Lo único que exige al Estado es que le respete su vida, libertad y propiedad en el mismo grado que a los hombres. El resto es un insulto a su inteligencia.
* Andrés Pino, columnista de Curul 85